lunes, 25 de febrero de 2008
En el "Diario de Lecturas" de Vicente Luis Mora
El Diario de Lecturas de Vicente Luis Mora recoge unas interesantes reflexiones sobre el porvenir del soneto. Su análisis incluye un repaso a tres libros que han ahondado en la deconstrucción del mismo en los últimos tiempos, Sonetos del útero, de Óscar Curieses, entre ellos.
martes, 12 de febrero de 2008
Presentación en Barcelona: 15 de febrero
El próximo viernes, 15 de febrero, se presentará en la Librería La Central del Raval (Elisabets, 6 -Barcelona) el libro de poemas de Óscar Curieses Sonetos del útero, publicado en la colección Bartleby Poesía el pasado mes de noviembre.
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Intervendrán en el acto Virginia Trueba, profesora de literatura de la Universidad de Barcelona, el escritor y traductor Eduardo Moga y el autor, Óscar Curieses. El acto tendrá lugar a las siete y media de la tarde.
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Intervendrán en el acto Virginia Trueba, profesora de literatura de la Universidad de Barcelona, el escritor y traductor Eduardo Moga y el autor, Óscar Curieses. El acto tendrá lugar a las siete y media de la tarde.
viernes, 7 de diciembre de 2007
Presentación de Julieta Valero para "Sonetos del útero"
Desde el mismo lugar que alentó a los surrealistas decía René Char: "Lo que viene al mundo para no perturbar nada no merece ni consideración ni paciencia". Quien está detrás de este libro ha querido asumir —o probablemente lleva en el ADN vital, el que uno se conforma— esa mirada del extrañamiento que fractura la realidad o que acecha sus fisuras no para predicar algo sobre ella sino para asentar esa cosa que dicen yo en un espacio —lo que viene a ser, en mi opinión, marca diferencial cualitativa de una poesía verdaderamente contemporánea.
"Ohheraldoblancoennieveensangrentado/desnuda nuestra psique con tus rosas", concluye el poema-prólogo de Los sonetos del útero. Y así va a ser, tal como anuncia esta pieza programática que inserta al lector, a golpe seco, en una escritura que, más que explorar o desnudar las estructuras de pensamiento del ser humano, construye con ellas. Qué audacia. Inaugurar con los materiales de lo remoto —no será la única osadía que encontremos en este libro pero quizá la más irreverente de todas.
Y, en efecto, hay una línea maestra, "lo primigenio", sobre la que bascula el libro y en la que a todos nos cabe reconocernos; es la que va desde el origen (útero/vientre/semen) pasa por una autoinfligida adultez "por arrancamiento" de ese árbol primordial y deviene muerte y deterioro ("Muertos los árboles también los frutos mueren de sed"), se nos dice. Pero este trayecto, con ser fundamental, no constituye más que el mimbre de Los sonetos del útero porque se matiza y amplifica en cada una de sus composiciones, porque siente y nos hace sentir el/sus significados (ahí Gamoneda): que la semilla de la vida contiene el germen de la muerte mucho antes de que esta nos concluya, como rezan estos vrs: "este regreso al Padre para dar la muerte más dulce y amarga y muerta y viva. Quién nos ata el intestino a la ceniza, ¿quién, Quién, quién? Díganmelo". Una escritura salvajemente inquisitiva, sí, pero que se libera y nos libera de la losa occidental, tan esterilizante, del finalismo; no pretende encontrar tranquilizadoras respuestas sino que ES ontológicamente hablando, desde la asunción de las preguntas. Lo que ignora la constituye tanto como lo que pueda saber.
Por eso, y aunque esta poesía está inserta en su historia y en su sociedad, es capaz de superar una concepción de lo temporal que ni nos permite ser ni nos representa: “ Me duele el beso del martillo líquido/bajo la sábana del tiempo –no ido/no vuelto- quieto en el binario hastío/sanguinorrápido de sombra y luz”. Por esta potencia de salto, algunos poetas, quieran o no, son productores de anti-historia. Nos dice Octavio Paz, “La operación poética consiste en una inversión y conversión del fluir temporal; el poema no detiene el tiempo: lo contradice y lo transfigura”. Lean Parto o máquina para descoser o nube de piedra, qué hermoso título; ahí se nos dice: “Siempre es lo mismo, mismo desigual.” Y sí, somos padre, madre, hijo, somos y no somos raíz, brote y ceniza. En esta paridad colectiva del ciclo engendrador late la desigualdad pero late también la particularización que confiere la conciencia.
¿Y qué hay del YO en este poemario? Hablar del yo es hablar de quien mira y es muy probable que a estas alturas, ante una realidad inapelablemente fragmentada, el rastro de toda originalidad, de toda unicidad irrepetible esté en el punto de vista que organiza los fragmentos. Pensando en estos sonetos se puede hablar, desde luego, del poliedro y el cubismo. Pero también en este asunto Óscar Curieses ha ido un poco más allá. Si la escritura poliédrica que exploraron las vanguardias nos ofrece varias miradas sobre un mismo objeto (sea este el mundo, la realidad o una máscara), Los sonetos del útero despliega una variedad de sujetos (carne de lenguaje, luego bien reales) que hablan no de algo sino de y desde espacio en que SON, en que están constituidos. El rastreo de la identidad es espacial: somos un lugar inhabitado. El foco no se centra en un objeto (lo hablado) sino en su propio lugar vital. Buena digestión de la modernidad. Pero si damos un paso más atrás para sumar perspectiva podremos sentarnos junto al padre (también él) de estas criaturas, de esa multitud de sujetos regalados en la lectura que son el verdadero objeto de quien habla; ese hombre, muchos hombres, que se sueña una identidad: "Allí, erguido de vacío,/ yo sueño un yo.
En este libro van a encontrarse otros aparentes registros de lo esencial, los símbolos. Impregnándolo todo una figura del Padre, engendrador, mayúsculo y saturniano como en aquel lienzo de Goya. Un padre tan proteico en su ausencia que es preciso el autodestierro, como se anuncia en Tercera carta al padre: “Cosér tu nombre en el vacío árbol es cosér dulce ausencia en tu nosér” (aquí, ya lo verán, "alguien" ha puesto unas tildes nada normativas; co-sér, nosér, una ortografía heterodoxa, a la caza de la identidad) ; y sigue: “Y el sol ahorma un padre en mí y tú no serás más el padre. Seré yo el fruto arrancado de tu árbol con mis propias manos: sangre de tu sangre”.
Pero, como ocurre con todo lo demás, hay también aquí una vuelta de tuerca sobre el hecho existencial y sobre el hecho de lenguaje. Padre, madre, cuerno, barro, miel, saliva, sangre, seno, noche… Cada símbolo incorpora su carga semántica histórica y, al mismo tiempo, trae un calcio nuevo, una dilatación sobre sus propios límites. De todas las modalidades en que esto se produce yo me quedo con la ternura; en Los sonetos del útero, tan áridos a veces, parece una especie extraña y, sin embargo, va endulzando su recorrido, lenta, sanguíneamente…
Y a todo esto, el lenguaje. Me da, en esta ocasión, una muy concreta rabia la incapacidad de la palabra, la mía, para simultanear en estas palabras lo que ofrece una lectura excepcional, como esta. Porque todo lo que he intentado esbozar no es que se vehicule a través de un lenguaje más o menos trabajado; es que obtiene su carta de realidad y de poética en el lenguaje. Para disfrutar también, los ritmos de un soneto que como forma estrófica se va metamorfoseando hasta la prosa poética pero que nunca pierde esa percusión.
Al final del libro, un regalo, que no apéndice, Las Bio-lencias, donde los quiebros ortográficos y sonoros, son muchas cosas menos banalidad. "Nada es gratuito", se nos anuncia en la primera nota al pie. Y, en efecto, en este libro el juego, con el lenguaje, es el destello de una inteligencia que se aligera, precisamente, en su intensidad.
En fin. Como dice Miguel Casado, "el punto de vista necesario para moverse ahora, para hacer algo productivo, no tendría que ser ya sólo la defensa de las vanguardias, sino un colocarse a partir de ellas". Obras como Los sonetos del útero nos permiten pensar que esta feliz expectativa empieza a ser una realidad.
Julieta Valero (texto leído durante la presentación de Sonetos del útero en la librería La Central del MNCARS de Madrid).
"Ohheraldoblancoennieveensangrentado/desnuda nuestra psique con tus rosas", concluye el poema-prólogo de Los sonetos del útero. Y así va a ser, tal como anuncia esta pieza programática que inserta al lector, a golpe seco, en una escritura que, más que explorar o desnudar las estructuras de pensamiento del ser humano, construye con ellas. Qué audacia. Inaugurar con los materiales de lo remoto —no será la única osadía que encontremos en este libro pero quizá la más irreverente de todas.
Y, en efecto, hay una línea maestra, "lo primigenio", sobre la que bascula el libro y en la que a todos nos cabe reconocernos; es la que va desde el origen (útero/vientre/semen) pasa por una autoinfligida adultez "por arrancamiento" de ese árbol primordial y deviene muerte y deterioro ("Muertos los árboles también los frutos mueren de sed"), se nos dice. Pero este trayecto, con ser fundamental, no constituye más que el mimbre de Los sonetos del útero porque se matiza y amplifica en cada una de sus composiciones, porque siente y nos hace sentir el/sus significados (ahí Gamoneda): que la semilla de la vida contiene el germen de la muerte mucho antes de que esta nos concluya, como rezan estos vrs: "este regreso al Padre para dar la muerte más dulce y amarga y muerta y viva. Quién nos ata el intestino a la ceniza, ¿quién, Quién, quién? Díganmelo". Una escritura salvajemente inquisitiva, sí, pero que se libera y nos libera de la losa occidental, tan esterilizante, del finalismo; no pretende encontrar tranquilizadoras respuestas sino que ES ontológicamente hablando, desde la asunción de las preguntas. Lo que ignora la constituye tanto como lo que pueda saber.
Por eso, y aunque esta poesía está inserta en su historia y en su sociedad, es capaz de superar una concepción de lo temporal que ni nos permite ser ni nos representa: “ Me duele el beso del martillo líquido/bajo la sábana del tiempo –no ido/no vuelto- quieto en el binario hastío/sanguinorrápido de sombra y luz”. Por esta potencia de salto, algunos poetas, quieran o no, son productores de anti-historia. Nos dice Octavio Paz, “La operación poética consiste en una inversión y conversión del fluir temporal; el poema no detiene el tiempo: lo contradice y lo transfigura”. Lean Parto o máquina para descoser o nube de piedra, qué hermoso título; ahí se nos dice: “Siempre es lo mismo, mismo desigual.” Y sí, somos padre, madre, hijo, somos y no somos raíz, brote y ceniza. En esta paridad colectiva del ciclo engendrador late la desigualdad pero late también la particularización que confiere la conciencia.
¿Y qué hay del YO en este poemario? Hablar del yo es hablar de quien mira y es muy probable que a estas alturas, ante una realidad inapelablemente fragmentada, el rastro de toda originalidad, de toda unicidad irrepetible esté en el punto de vista que organiza los fragmentos. Pensando en estos sonetos se puede hablar, desde luego, del poliedro y el cubismo. Pero también en este asunto Óscar Curieses ha ido un poco más allá. Si la escritura poliédrica que exploraron las vanguardias nos ofrece varias miradas sobre un mismo objeto (sea este el mundo, la realidad o una máscara), Los sonetos del útero despliega una variedad de sujetos (carne de lenguaje, luego bien reales) que hablan no de algo sino de y desde espacio en que SON, en que están constituidos. El rastreo de la identidad es espacial: somos un lugar inhabitado. El foco no se centra en un objeto (lo hablado) sino en su propio lugar vital. Buena digestión de la modernidad. Pero si damos un paso más atrás para sumar perspectiva podremos sentarnos junto al padre (también él) de estas criaturas, de esa multitud de sujetos regalados en la lectura que son el verdadero objeto de quien habla; ese hombre, muchos hombres, que se sueña una identidad: "Allí, erguido de vacío,/ yo sueño un yo.
En este libro van a encontrarse otros aparentes registros de lo esencial, los símbolos. Impregnándolo todo una figura del Padre, engendrador, mayúsculo y saturniano como en aquel lienzo de Goya. Un padre tan proteico en su ausencia que es preciso el autodestierro, como se anuncia en Tercera carta al padre: “Cosér tu nombre en el vacío árbol es cosér dulce ausencia en tu nosér” (aquí, ya lo verán, "alguien" ha puesto unas tildes nada normativas; co-sér, nosér, una ortografía heterodoxa, a la caza de la identidad) ; y sigue: “Y el sol ahorma un padre en mí y tú no serás más el padre. Seré yo el fruto arrancado de tu árbol con mis propias manos: sangre de tu sangre”.
Pero, como ocurre con todo lo demás, hay también aquí una vuelta de tuerca sobre el hecho existencial y sobre el hecho de lenguaje. Padre, madre, cuerno, barro, miel, saliva, sangre, seno, noche… Cada símbolo incorpora su carga semántica histórica y, al mismo tiempo, trae un calcio nuevo, una dilatación sobre sus propios límites. De todas las modalidades en que esto se produce yo me quedo con la ternura; en Los sonetos del útero, tan áridos a veces, parece una especie extraña y, sin embargo, va endulzando su recorrido, lenta, sanguíneamente…
Y a todo esto, el lenguaje. Me da, en esta ocasión, una muy concreta rabia la incapacidad de la palabra, la mía, para simultanear en estas palabras lo que ofrece una lectura excepcional, como esta. Porque todo lo que he intentado esbozar no es que se vehicule a través de un lenguaje más o menos trabajado; es que obtiene su carta de realidad y de poética en el lenguaje. Para disfrutar también, los ritmos de un soneto que como forma estrófica se va metamorfoseando hasta la prosa poética pero que nunca pierde esa percusión.
Al final del libro, un regalo, que no apéndice, Las Bio-lencias, donde los quiebros ortográficos y sonoros, son muchas cosas menos banalidad. "Nada es gratuito", se nos anuncia en la primera nota al pie. Y, en efecto, en este libro el juego, con el lenguaje, es el destello de una inteligencia que se aligera, precisamente, en su intensidad.
En fin. Como dice Miguel Casado, "el punto de vista necesario para moverse ahora, para hacer algo productivo, no tendría que ser ya sólo la defensa de las vanguardias, sino un colocarse a partir de ellas". Obras como Los sonetos del útero nos permiten pensar que esta feliz expectativa empieza a ser una realidad.
Julieta Valero (texto leído durante la presentación de Sonetos del útero en la librería La Central del MNCARS de Madrid).
lunes, 26 de noviembre de 2007
Presentación de José Luis Gómez Toré para "Sonetos del útero"
"Sonetos del útero es un libro ambicioso, lo que, a mi modo de ver, constituye uno de sus principales atractivos. Quizá me equivoque, pero tengo la impresión de que actualmente abundan los poemarios correctamente escritos, con cierto dominio de la técnica pero sin ambición ninguna. Este no es el caso, desde luego, de los Sonetos. La apuesta de Óscar Curieses no es una elección fácil. No responde desde luego a los cánones de lo que ha sido la poesía mayoritaria en España (que no en español) en los últimos veinte años. Es ésta una poesía que busca padres incómodos pero imprescindibles como César Vallejo, cuyo libro Trilce (y no sólo Trilce) me atrevo a sugerir que ha dejado honda huella en el poeta de los Sonetos del útero.
En este poemario, Óscar Curieses nos invita a una entrada en materia, a una exploración en la materia y en el cuerpo. Hay aquí una pregunta por el origen, que va más allá de la habitual nostalgia por una Edad de Oro. O si hay una fugaz Edad de Oro (“para que los niños sigan siendo niños”, escribe el poeta) es una Edad que aúna lo paradisíaco y lo infernal, una edad presidida por Saturno, una de las figuras más ambivalentes de la mitología grecolatina. Como se sabe, Saturno era a un tiempo el padre benévolo de los siglos dorados y el asesino devorador de sus propios hijos. En los poemas de Óscar, el retorno a los orígenes nos lleva a territorios incómodos, a peligrosos paisajes de nuestra intimidad. En el poema late la fascinación, que es también terror, ante el misterio de nuestra carne hecha de tiempo. Como tal vez diría Bachelard, creo que hay aquí una suerte de psicoanálisis de la materia, siempre que tomemos la palabra psicoanálisis es un sentido metafórico. Me atrevería incluso a decir que el cuerpo cumple aquí un papel similar al del inconsciente freudiano: el cuerpo es memoria pero una memoria que se hunde en sedimentos tan profundos que convierte la biografía en mito. En esa memoria abisal, tan parecida al olvido, el yo tiene el rostro de los otros o de Nadie.
Memoria que es carne o carne que es memoria. La realidad se crea cada día, también en el territorio sagrado del cuerpo (corporalidad que se comprende palabra en la poesía de Óscar Curieses). “Confiésame/ lo que sentiste ayer cuando nacíamos”. Como en Bataille, el erotismo se revela en estos poemas como ser y no ser, como vida y como muerte. En los cuerpos se repite la danza alegre y terrible de Siva, el Destructor, sobre los mundos. Eros y Tánatos se miran y se reconocen como hermanos. Y junto al erotismo de los cuerpos, el erotismo del lenguaje (ya André Breton nos recordaba que, en poesía, las palabras hacen el amor).
“Alma, le digo yo a mi cuerpo entero”. El cuerpo exige aquí sus derechos y pide la palabra. En ese lenguaje corporal todas las categorías se confunden: identidades sexuales, padres e hijos, tiempos y límites, lo animal y lo humano, lo vivo y lo inerte... Son esas biolencias que el poeta escribe con “b” (“bio-lencia”, biología, vida que no puede ser agotada por el lenguaje cotidiano y que la escritura debe inventar una y otra vez) Se trata de una violencia creadora, donde el rito de la muerte más que pasaje hacia un renacer, constituye por sí mismo un nacimiento. Y sin embargo, no deja de ser violencia, y por ello late en ella siempre una amenaza.
Óscar sabe que el lenguaje poético es un espacio de metamorfosis. Por ese carácter metamórfico, también aquí el lenguaje se siente recién creado, se inventa su propia sintaxis y su propia ortografia. No poca importancia tiene el hecho de que los sonetos a los que alude el título están muy lejos de la forma canónica : el autor radicaliza la disolución del soneto, ya presente en autores como Cummings o Neruda, lo que le permite trazar una tensión fecunda entre el lenguaje heredado y la propia voz. Sonetos sin rima, sonetos truncados o desbordados por la propia voz que los nutre, sonetos que se deshacen para convertirse incluso en poemas en prosa, los Sonetos del útero nos obligan, desde la propia estructura del poema, a repensar nuestro diálogo con la tradición poética.
El soneto canónico tiende a convertirse en una forma cerrada sobre sí misma. Y no sólo por su estructura fija: a pesar de que acoge multitud de temas, sin embargo no es raro verlo vinculado a determinadas temáticas (así, por ejemplo, el soneto amoroso de la lírica petrarquista). Dicha forma cerrada se ejemplifica, por ejemplo, en los procedimientos de diseminación-recolección, estudiados por Dámaso Alonso, en el valor de conclusión que suele alcanzar el terceto final o en el cierre con pareado de tono sentencioso que encontramos en Shakespeare y que retoma Borges. En corrientes artísticas como el Barroco o el Simbolismo, en las que la belleza surge como una angustiada pregunta frente al caos del mundo, el soneto es con frecuencia un orbe autónomo, un jardín cerrado, una joya magistralmente tallada por el artista pero una joya de dureza casi impenetrable. Los Sonetos del útero constituyen, sin embargo, formas abiertas. O para ser más precisos, ofrecen una tensión muy moderna entre formas cerradas y formas abiertas, entre las fuerzas centrípetas y centrífugas del lenguaje. El poeta nos sitúa, desde la propia construcción del poema, en una palabra que se quiere nacimiento, que, como Penélope, teje y desteje sin cesar su trama de símbolos y voces. Lenguaje en estado de gestación: lo que tal vez debería ser siempre la poesía.
José Luis Gómez Toré
(Este texto reproduce, de manera fidedigna, las palabras pronunciadas por J. L. Gómez Toré durante la presentación de Sonetos del útero en la librería La Central del MNCARS de Madrid).
En este poemario, Óscar Curieses nos invita a una entrada en materia, a una exploración en la materia y en el cuerpo. Hay aquí una pregunta por el origen, que va más allá de la habitual nostalgia por una Edad de Oro. O si hay una fugaz Edad de Oro (“para que los niños sigan siendo niños”, escribe el poeta) es una Edad que aúna lo paradisíaco y lo infernal, una edad presidida por Saturno, una de las figuras más ambivalentes de la mitología grecolatina. Como se sabe, Saturno era a un tiempo el padre benévolo de los siglos dorados y el asesino devorador de sus propios hijos. En los poemas de Óscar, el retorno a los orígenes nos lleva a territorios incómodos, a peligrosos paisajes de nuestra intimidad. En el poema late la fascinación, que es también terror, ante el misterio de nuestra carne hecha de tiempo. Como tal vez diría Bachelard, creo que hay aquí una suerte de psicoanálisis de la materia, siempre que tomemos la palabra psicoanálisis es un sentido metafórico. Me atrevería incluso a decir que el cuerpo cumple aquí un papel similar al del inconsciente freudiano: el cuerpo es memoria pero una memoria que se hunde en sedimentos tan profundos que convierte la biografía en mito. En esa memoria abisal, tan parecida al olvido, el yo tiene el rostro de los otros o de Nadie.
Memoria que es carne o carne que es memoria. La realidad se crea cada día, también en el territorio sagrado del cuerpo (corporalidad que se comprende palabra en la poesía de Óscar Curieses). “Confiésame/ lo que sentiste ayer cuando nacíamos”. Como en Bataille, el erotismo se revela en estos poemas como ser y no ser, como vida y como muerte. En los cuerpos se repite la danza alegre y terrible de Siva, el Destructor, sobre los mundos. Eros y Tánatos se miran y se reconocen como hermanos. Y junto al erotismo de los cuerpos, el erotismo del lenguaje (ya André Breton nos recordaba que, en poesía, las palabras hacen el amor).
“Alma, le digo yo a mi cuerpo entero”. El cuerpo exige aquí sus derechos y pide la palabra. En ese lenguaje corporal todas las categorías se confunden: identidades sexuales, padres e hijos, tiempos y límites, lo animal y lo humano, lo vivo y lo inerte... Son esas biolencias que el poeta escribe con “b” (“bio-lencia”, biología, vida que no puede ser agotada por el lenguaje cotidiano y que la escritura debe inventar una y otra vez) Se trata de una violencia creadora, donde el rito de la muerte más que pasaje hacia un renacer, constituye por sí mismo un nacimiento. Y sin embargo, no deja de ser violencia, y por ello late en ella siempre una amenaza.
Óscar sabe que el lenguaje poético es un espacio de metamorfosis. Por ese carácter metamórfico, también aquí el lenguaje se siente recién creado, se inventa su propia sintaxis y su propia ortografia. No poca importancia tiene el hecho de que los sonetos a los que alude el título están muy lejos de la forma canónica : el autor radicaliza la disolución del soneto, ya presente en autores como Cummings o Neruda, lo que le permite trazar una tensión fecunda entre el lenguaje heredado y la propia voz. Sonetos sin rima, sonetos truncados o desbordados por la propia voz que los nutre, sonetos que se deshacen para convertirse incluso en poemas en prosa, los Sonetos del útero nos obligan, desde la propia estructura del poema, a repensar nuestro diálogo con la tradición poética.
El soneto canónico tiende a convertirse en una forma cerrada sobre sí misma. Y no sólo por su estructura fija: a pesar de que acoge multitud de temas, sin embargo no es raro verlo vinculado a determinadas temáticas (así, por ejemplo, el soneto amoroso de la lírica petrarquista). Dicha forma cerrada se ejemplifica, por ejemplo, en los procedimientos de diseminación-recolección, estudiados por Dámaso Alonso, en el valor de conclusión que suele alcanzar el terceto final o en el cierre con pareado de tono sentencioso que encontramos en Shakespeare y que retoma Borges. En corrientes artísticas como el Barroco o el Simbolismo, en las que la belleza surge como una angustiada pregunta frente al caos del mundo, el soneto es con frecuencia un orbe autónomo, un jardín cerrado, una joya magistralmente tallada por el artista pero una joya de dureza casi impenetrable. Los Sonetos del útero constituyen, sin embargo, formas abiertas. O para ser más precisos, ofrecen una tensión muy moderna entre formas cerradas y formas abiertas, entre las fuerzas centrípetas y centrífugas del lenguaje. El poeta nos sitúa, desde la propia construcción del poema, en una palabra que se quiere nacimiento, que, como Penélope, teje y desteje sin cesar su trama de símbolos y voces. Lenguaje en estado de gestación: lo que tal vez debería ser siempre la poesía.
José Luis Gómez Toré
(Este texto reproduce, de manera fidedigna, las palabras pronunciadas por J. L. Gómez Toré durante la presentación de Sonetos del útero en la librería La Central del MNCARS de Madrid).
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Heterodoxos sonetos del origen
Manuel Rico, director de la colección Bartleby Poesía publicó ayer en su blog Al margen unas reflexiones acerca de la presentación en sociedad de Sonetos del útero el viernes pasado en la madrileña librería La Central del MNCARS. Deseamos que estas notas os animen a la lectura de este sorprendente y arriesgado poemario.
"Sonetos del útero" en DERIVA
La revista digital Deriva publica una interesante crítica de Pedro Larrea sobre Sonetos del útero, el último libro publicado del poeta Óscar Curieses en la colección Bartleby Poesía. Podéis leerla pinchando aquí.
En el blog "Escritores"
Recuperamos la primera reseña sobre Sonetos del útero. La firma Luis Luna en el blog Escritores. Para leerla pinchad este enlace.
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