viernes, 7 de diciembre de 2007

Presentación de Julieta Valero para "Sonetos del útero"

Desde el mismo lugar que alentó a los surrealistas decía René Char: "Lo que viene al mundo para no perturbar nada no merece ni consideración ni paciencia". Quien está detrás de este libro ha querido asumir —o probablemente lleva en el ADN vital, el que uno se conforma— esa mirada del extrañamiento que fractura la realidad o que acecha sus fisuras no para predicar algo sobre ella sino para asentar esa cosa que dicen yo en un espacio —lo que viene a ser, en mi opinión, marca diferencial cualitativa de una poesía verdaderamente contemporánea.

"Ohheraldoblancoennieveensangrentado/desnuda nuestra psique con tus rosas", concluye el poema-prólogo de Los sonetos del útero. Y así va a ser, tal como anuncia esta pieza programática que inserta al lector, a golpe seco, en una escritura que, más que explorar o desnudar las estructuras de pensamiento del ser humano, construye con ellas. Qué audacia. Inaugurar con los materiales de lo remoto —no será la única osadía que encontremos en este libro pero quizá la más irreverente de todas.

Y, en efecto, hay una línea maestra, "lo primigenio", sobre la que bascula el libro y en la que a todos nos cabe reconocernos; es la que va desde el origen (útero/vientre/semen) pasa por una autoinfligida adultez "por arrancamiento" de ese árbol primordial y deviene muerte y deterioro ("Muertos los árboles también los frutos mueren de sed"), se nos dice. Pero este trayecto, con ser fundamental, no constituye más que el mimbre de Los sonetos del útero porque se matiza y amplifica en cada una de sus composiciones, porque siente y nos hace sentir el/sus significados (ahí Gamoneda): que la semilla de la vida contiene el germen de la muerte mucho antes de que esta nos concluya, como rezan estos vrs: "este regreso al Padre para dar la muerte más dulce y amarga y muerta y viva. Quién nos ata el intestino a la ceniza, ¿quién, Quién, quién? Díganmelo". Una escritura salvajemente inquisitiva, sí, pero que se libera y nos libera de la losa occidental, tan esterilizante, del finalismo; no pretende encontrar tranquilizadoras respuestas sino que ES ontológicamente hablando, desde la asunción de las preguntas. Lo que ignora la constituye tanto como lo que pueda saber.

Por eso, y aunque esta poesía está inserta en su historia y en su sociedad, es capaz de superar una concepción de lo temporal que ni nos permite ser ni nos representa: “ Me duele el beso del martillo líquido/bajo la sábana del tiempo –no ido/no vuelto- quieto en el binario hastío/sanguinorrápido de sombra y luz”. Por esta potencia de salto, algunos poetas, quieran o no, son productores de anti-historia. Nos dice Octavio Paz, “La operación poética consiste en una inversión y conversión del fluir temporal; el poema no detiene el tiempo: lo contradice y lo transfigura”. Lean Parto o máquina para descoser o nube de piedra, qué hermoso título; ahí se nos dice: “Siempre es lo mismo, mismo desigual.” Y sí, somos padre, madre, hijo, somos y no somos raíz, brote y ceniza. En esta paridad colectiva del ciclo engendrador late la desigualdad pero late también la particularización que confiere la conciencia.

¿Y qué hay del YO en este poemario? Hablar del yo es hablar de quien mira y es muy probable que a estas alturas, ante una realidad inapelablemente fragmentada, el rastro de toda originalidad, de toda unicidad irrepetible esté en el punto de vista que organiza los fragmentos. Pensando en estos sonetos se puede hablar, desde luego, del poliedro y el cubismo. Pero también en este asunto Óscar Curieses ha ido un poco más allá. Si la escritura poliédrica que exploraron las vanguardias nos ofrece varias miradas sobre un mismo objeto (sea este el mundo, la realidad o una máscara), Los sonetos del útero despliega una variedad de sujetos (carne de lenguaje, luego bien reales) que hablan no de algo sino de y desde espacio en que SON, en que están constituidos. El rastreo de la identidad es espacial: somos un lugar inhabitado. El foco no se centra en un objeto (lo hablado) sino en su propio lugar vital. Buena digestión de la modernidad. Pero si damos un paso más atrás para sumar perspectiva podremos sentarnos junto al padre (también él) de estas criaturas, de esa multitud de sujetos regalados en la lectura que son el verdadero objeto de quien habla; ese hombre, muchos hombres, que se sueña una identidad: "Allí, erguido de vacío,/ yo sueño un yo.

En este libro van a encontrarse otros aparentes registros de lo esencial, los símbolos. Impregnándolo todo una figura del Padre, engendrador, mayúsculo y saturniano como en aquel lienzo de Goya. Un padre tan proteico en su ausencia que es preciso el autodestierro, como se anuncia en Tercera carta al padre: “Cosér tu nombre en el vacío árbol es cosér dulce ausencia en tu nosér” (aquí, ya lo verán, "alguien" ha puesto unas tildes nada normativas; co-sér, nosér, una ortografía heterodoxa, a la caza de la identidad) ; y sigue: “Y el sol ahorma un padre en mí y tú no serás más el padre. Seré yo el fruto arrancado de tu árbol con mis propias manos: sangre de tu sangre”.
Pero, como ocurre con todo lo demás, hay también aquí una vuelta de tuerca sobre el hecho existencial y sobre el hecho de lenguaje. Padre, madre, cuerno, barro, miel, saliva, sangre, seno, noche… Cada símbolo incorpora su carga semántica histórica y, al mismo tiempo, trae un calcio nuevo, una dilatación sobre sus propios límites. De todas las modalidades en que esto se produce yo me quedo con la ternura; en Los sonetos del útero, tan áridos a veces, parece una especie extraña y, sin embargo, va endulzando su recorrido, lenta, sanguíneamente…

Y a todo esto, el lenguaje. Me da, en esta ocasión, una muy concreta rabia la incapacidad de la palabra, la mía, para simultanear en estas palabras lo que ofrece una lectura excepcional, como esta. Porque todo lo que he intentado esbozar no es que se vehicule a través de un lenguaje más o menos trabajado; es que obtiene su carta de realidad y de poética en el lenguaje. Para disfrutar también, los ritmos de un soneto que como forma estrófica se va metamorfoseando hasta la prosa poética pero que nunca pierde esa percusión.

Al final del libro, un regalo, que no apéndice, Las Bio-lencias, donde los quiebros ortográficos y sonoros, son muchas cosas menos banalidad. "Nada es gratuito", se nos anuncia en la primera nota al pie. Y, en efecto, en este libro el juego, con el lenguaje, es el destello de una inteligencia que se aligera, precisamente, en su intensidad.


En fin. Como dice Miguel Casado, "el punto de vista necesario para moverse ahora, para hacer algo productivo, no tendría que ser ya sólo la defensa de las vanguardias, sino un colocarse a partir de ellas". Obras como Los sonetos del útero nos permiten pensar que esta feliz expectativa empieza a ser una realidad.

Julieta Valero (texto leído durante la presentación de Sonetos del útero en la librería La Central del MNCARS de Madrid).

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